martes, 30 de noviembre de 2010

Bryn

Hoy no hay entrada. No me apetece y no hay entrada. Estoy de mal humor porque desperdicié mi valioso tiempo con las rodillas temblando en un paso de cebra para que nadie se haya dado cuenta, es que concho, estaba ahí delante, dos segundos más y hubiera sido perfecto, pero no, el semáforo tuvo que ponerse en verde. ¡Demonios! No quiero hablar más de esas cosas, sólo doy gracias por no haber tenido clase de acompañamiento porque no había estudiado una mierda. Además me vino de perlas porque estuve jugando a pokemon con la nintendo de mi abuela y hasta me evolucionó uno. Y es que por dos malditos segundos habría sido redondo, perfecto.
Quiero escribir un corto, así que proseguiré con la historia de ayer, aunque probablemente me decida por la de las gabardinas, los sombreros de ala ancha, la oscuridad y el asesinato. Aún no sé por qué decantarme.

Nicolás miró su reloj. No sabía si llegaba pronto o tarde, porque no tenía claro a qué hora exactamente sucedería. Por el momento, nada. Decidió doblar la esquina y tomar la calle desde un poco antes, así tendría más tiempo para prepararse. Bajó la calle. Estaba nervioso, muy nervioso. Aunque se prometió a sí mismo que jamás lo volvería a hacer, no podía resistir la tentación. El premio era demasiado suculento. Cambió de canción. El momento se acercaba. Le temblaban las rodillas. Giró la calle y ahí estaba. Se acercaba. Demasiado. Se puso nervioso. Decidió fingir el encuentro y girar en la primera calle. Cambió de canción otra vez. Bryn, de Vampire Weekend. Deseó que el semáforo no se pusiera en verde. Y lo hizo. Fingió no darse cuenta. Estaba justo detrás de él. Cruzó, y entró en el café más cercano. Un croissant y un capuccino. Aunque eran las cinco y media de la tarde, le apetecía desayunar. Aunque hacía frío, estaba colorado. Y alterado.Tan alterado que se le cayó la taza sobre la trenca. Quemaba.

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