A las 6:00 estábamos todos en el autobús con un sueño de morirse, salvo Chupi, que estaba jugando a Pokemon. Tras cinco horas y media de viaje con dos paradas minúsculas llegamos por fin a Madrid, pero el autobús se metió por una calle que no era y luego fue en dirección contraria durante un rato porque se quedó atascado y armó allí la de San Quintín. Después de media hora salimos de aquel embrollo y a las 12:30 llegamos al hostal. Dejamos por ahí nuestras cosas y eso, y fuimos a comer por la puerta del Sol y por ahí, que era donde estaba el hostal.
Luego, a las 16:00, teníamos que ir al Prado así que fuimos caminando pero nada, no estaba muy lejos, apenas un cuarto de hora, y nada, estuvimos allí viendo las cosas y eso, que era un rollo enorme, estábamos todos que en cuanto veíamos un banco nos tirábamos corriendo hacia él. A las 18:00 acabó la visita -en realidad acabó una hora y media antes, porque nos aburríamos así que nos sentamos en el banco de la sala de Rubens hasta que nos dio la hora- y teníamos tiempo libre, que aprovechamos para ir a Topshop, Mango, y esas tiendas que había alrededor de la puerta del Sol. Llegó un momento en el que estábamos que nos tirábamos por las esquinas, así que fuimos al Starbucks más cercano y me tomé un caramel macchiato para reponer fuerzas y de paso tomarlo como la cena.
Luego fuimos al hostal otra vez, aprovechamos para arreglarnos un poco y tal y quitarnos la cara de estrés que llevábamos encima, y luego volvimos a salir todos los de ciencias por ahí alrededor, pero nos fuimos del único local en el que podíamos entrar y que tuviese alcohol, porque todos los demás eran para mayores de 18, así que lo intentamos varias veces pero nada, y subimos a las habitaciones a eso de las 23:30, porque no había ya nada que hacer. Estuvimos un rato en la de los chicos y eso pero los profesores nos echaron. Mientras esperábamos a que se calmaran y eso, estuvimos viendo Aquí no hay quien viva, yo casi me sobo, y luego nada, fuimos a la de los chicos otra vez, nos tomamos algo y al final sólo quedamos los de esa habitación, Lucas uno que se había acoplado porque antes iba al Aramo pero ahora vivía en Madrid y vino con nosotros al Prado y luego se coló de estrangis y se quedó a dormir, yo y ya está. Algunos se estaban sobando en cuanto dejamos de hablar de Harry Potter, así que me dediqué a ponerles pasta de dientes en la mejilla y pintarles y hacerles cosquillas en los pies y a tirarles bolas de papel higiénico mojadas, porque me habría dormido, pero hicimos una apuesta uno y yo y si no me dormía me invitaría a un capuccino, así que no me iba a negar. También aprovechamos para ponernos mantas encima e ir a mi habitación, donde estaban Charlotte y la otra, a meterles sustos del tipo hay un fantasma en tu habitación. La habitación estaba hecha un asco: mantas por el suelo, botellas debajo de la cama, charcos de bebida, peladuras de plátano, manzanas golpeadas... Al final quedamos tres despiertos, y estuvimos hablando unas cuatro horas sobre nuestras vidas y eso.
A las 7:44 dejé el móvil en la mesilla porque Yoel y yo ya habíamos visto todas las fotos, y sin querer encendí el portátil que había, de un golpe. A las 7:46 yo ya estaba sobando. A las 8:00 sonó una alarma. La de Chupi. Me desperté con alguien por encima, con lo cual no me podía mover. La alarma se apagó al minuto, pero a las 8:05 sonó otra, y a las 8:10 otra, con lo cual deducimos que habría que despertarse ya. En cuanto me incorporé en la cama, me entraron unas arcadas terribles, y no sería porque había bebido de más porque no fue para tanto. Nos duchamos y eso, a las 9:00 fuimos a desayunar a la cafetería, y en cuanto tomé el segundo sorbo de café, mientras veíamos la lotería, me empezaron a entrar unos calores y unos mareos y unas arcadas terribles, así que me fui corriendo a tomar el aire pensando que si no encontraba un cubo de basura en un minuto más acabaría vomitando en el plato. Me tumbé en la cama y esperé a que se me pasara y luego a las 10:00 bajamos para ir al Reina Sofía. Fuimos por ahí por las calles y llegamos, y había un ascensor monstruoso y cogimos pegatinas verdes y se las pegamos a los demás en la espalda, con lo cual, cada dos pasos tenía que tocarme el jersey a ver si tenía algo. Mientras mirábamos los cuadros Chupi me contó el secreto que me mantuvo ocupada al medio día y malhumorada por la noche.
Cuando salimos del museo cogimos el metro hasta Gran Vía, y caminamos otra vez hasta la puerta del Sol a comer, le conté a Chupi la verdad y se tensó muchísimo y se puso insoportable, pero teníamos que esperar nosotros dos a los demás y al final lo mandé a freír espárragos. Comimos un pincho de jamón y luego fuimos a dar un paseo, pero llovía así que nos refugiamos en la plaza mayor para decidir qué hacer. Al final unos cuantos, la mayoría, fuimos a una cafetería a tomar algo, yo pedí un capuccino y tenía un corazoncito muy mono dibujado en la espuma con canela. El tipo del café era un plasta que nos quería echar así que tardamos incluso más en irnos, y así lo dije, empecé a rajar del camarero cuando me doy cuenta de que lo tengo detrás, pero no una, ni dos, si no tres veces. Al final decidimos que ya era hora de ponerse en marcha porque a las 16:00 teníamos que estar en el Thyssen, y fuimos hasta la puerta del Sol a coger el metro, y cuando ya habíamos comprado los billetes nos dicen que la línea 2 no funciona, así que nos pusimos delante de las máquinas a revender diez o doce billetes, mínimo. Luego tuvimos que ir andando y nos pegamos un palizón pensando que íbamos tarde, pero resulta que llegamos cinco minutos antes y además los profesores no habían llegado.
Anduvimos por el museo hasta que el Pokemaníaco me pilló por banda y me estuvo dando la paliza durante media hora, y cuando me libré de él echamos todos a correr por ahí para escondernos, y cuando lo veíamos aparecer, nos dábamos la vuelta. Acabamos en la zona de arte moderno, una bonita colección, y Chupi prometió que si le tocaba la lotería me invitaría a un gofre antes de clase de informática, a lo que -sorprendentemente- se acopló Miss Me, con toda la cara del mundo. En aquel momento comenzó el odio. Estuvimos en aquel banco una eternidad, y sólo habían pasado cuarenta y cinco minutos desde que entramos en el museo. Pasamos por la tienda y me compré unas láminas muy bonitas para decorar la pared de mi habitación.
Luego estuvimos esperando en un banco delante de la exposición esa de los jardines impresionistas, hasta las 19:00, es decir, dos horas, así que aprovechamos para llamar a Coche Hombres, pero como estábamos delante de partes conflictivas, no pudimos decir mucho, pero ella entendió perfectamente de qué trataba con una sola palabra. Cogimos el autobús, fuimos a por las maletas, que estaban en el hostal, y nada, directamente hacia Oviedo, me dormí a los dos minutos de subir, y luego otro rato, pero los hijos de fruta de aquellos se dedicaron a pintarme un bigote mientras dormía como venganza por lo de por la noche que yo hice. Luego nada, el resto del viaje me tensó muchísimo, no sólo porque me estaba agobiando, si no es que me pareció fatal lo que Miss Me hizo y empecé a acumular odio y menos mal que estábamos llegando porque si no habría explotado ya. En cuanto frenó el autobús me fui pitando.
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