lunes, 13 de diciembre de 2010

Bueno, proseguiré con la historia de ayer. Tras haber abandonado el sueño de mi vida, bueno, qué digo, la pesadilla de mi vida, me dispuse a caminar hacia tan feliz lugar como era el Fujiyama. Estaba bastante oscuro así que me dio miedito, pero luego me encontré con la mona Jacinta y con Raquel, que estaba borracha de tanto calimocho, y fuimos y allí estaban todos, bueno, todos los que fueron, y subimos al japonés porque si tardábamos cinco minutos más nos quitaban la mesa, y entonces nos forramos de comida porque estaba todo genial y había muchísimas cosas, hasta caquis, y nada, zampamos hasta la muerte, los sofás eran cómodos pero mayormente pasamos nuestro tiempo de pie pululando por ahí cual mariposas, y luego bueno, dijimos ¡basta! a los sushi sashimi o lo que coño sean, a los fideos, a las croquetas y a el helado apestoso que había que no tenían de frambuesa. Anda, y resulta que Veloci se escapó de casa porque sus padres no lo dejaban ir a la cena, y dijo que estaba en casa de un vecino, pero es que vive a poquísimo de mí, y tiene que caminar la leche para llegar a la parada del autobús, y dejan de pasar a las 11, así que no sé cómo coño pensaba volver a casa. Bueno. Nos dimos el pire y fuimos caminando hasta el puzzle donde Mateo me invitó a un chupito, y luego estuvimos ahí un rato y apareció Cuchillo y nada, luego fuimos al salsi y nada, bailoteando sin fin, algunos momentos turbios, relacionados conmigo o no, y eso, nada más, tengo lagunas mentales y no porque hubiese bebido demasiado, porque ni siquiera me mareé en el coche de mi papá, y las lagunas mentales son mayormente de alrededor de las siete o las ocho, que fue precisamente el momento más importante del día, pero es que lo cierto es que no me apetece nada hablar del tema ahora porque estoy de bajón sentimental, acabo de salir del conservatorio y quiero morir. Luego escribiré una entrada con lo que pienso de esta mierda de mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario