El viernes, después de sentirme ultraculpable por haber pirado media hora de teatro para quedar y llegar más o menos a la hora, con Gabriela, Violina, Pedrojo, Leticia y Tolik, e ir a la Antigua, como todos los viernes, y de encontrarme con mis padres cuando debería de estar en teatro -no se dieron cuenta, o no se quisieron dar cuenta-, así que nada, fuimos y tal, y allí estaban Patricio, Marcos, y luego vino más gente, y nada, lo de siempre, billar y cartas. Pusieron tropecientas mil canciones locas, como Bye bye bye, Where did all the love go, The Fallen, The first girl who got a kiss without a please, y tal. Luego, por petición popular, fuimos al Diario Roma, etc. Y eso. Lo gracioso es que me acosté pensando en qué pasaría ayer sábado, pero como si fuera mañana, porque como era viernes pues era el día siguiente. Porque sabía exactamente lo que iba a pasar. Estaba totalmente segura. Y soñé con ello. Pero tal cual. Salvo algunas diferencias espacio-temporales, todo era exactamente como debía ser. Incluso la ropa, creo. Como estaba programado. Estaba clarísimo. Y lo más gracioso es que la realidad fue completamente distinta a lo que parecía que sería. Completamente. Y no entiendo por qué. Pero totalmente diferente. A veces pasa que tienes una cosa en mente todo el día, toda la semana, todo el mes, y de repente, sin darte cuenta, llega otra y te eclipsa la anterior. O tienes una lista de prioridades, y la que hoy está en lo más alto, mañana no, por las circunstancias que sean. Y no sé qué habría preferido, pero fue genial. Lo malo fue que nos tomamos un café mortífero y no conseguí conciliar el sueño en toda la noche, estuve dando vueltas y vueltas y me dormía y me despertaba y tenía calor y frío y pensaba, pensaba, pensaba. Sin parar. Y escuchando esta canción.
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